El debate
El debate electoral “ a cuatro” en TV tiene a priori dos posibles ganadores desde la óptica mediática: Pablo Iglesias y Albert Rivera.
Los dos tienen telegenia y muchas tablas. El primero es un hábil demagogo capaz de dar la vuelta a cualquier cuestión incómoda, descalifica con efectividad y tiene buena verborrea. Rivera tiene buenas dotes oratorias, es rápido reaccionando, dice cosas y sabe cambiar de tercio sin problema.
En la segunda fila, la telegenia de Pedro Sánchez se descompensa con un discurso monótono y soso: siempre dice lo mismo y le falta convicción, no se cree lo que dice. Rajoy es el amo de los tiempos muertos, de los silencios, y dice verdades que en su boca son poco creíbles. Le faltan ganas y cintura, confunde una oportunidad con una desagradable obligación.
En definitiva, en TV pueden más la telegenia, la imagen, las formas, las actitudes, los metalenguajes, los ataques y contraataques, la rapidez de reacción, la capacidad de aplastar al otro…
¿Se imaginan unas elecciones sin debate televisivo? Unas elecciones donde los electores conocieran los planes de los candidatos a través de la prensa, de artículos, entrevistas y otras informaciones, donde lo importante serían los contenidos no las formas, sin insultos ni descalificaciones, donde habría que convencer al votante con ideas y propuestas y, además, argumentarlas.
Donde la palabra quedara escrita en su propia verdad.

Los dos tienen telegenia y muchas tablas. El primero es un hábil demagogo capaz de dar la vuelta a cualquier cuestión incómoda, descalifica con efectividad y tiene buena verborrea. Rivera tiene buenas dotes oratorias, es rápido reaccionando, dice cosas y sabe cambiar de tercio sin problema.
En la segunda fila, la telegenia de Pedro Sánchez se descompensa con un discurso monótono y soso: siempre dice lo mismo y le falta convicción, no se cree lo que dice. Rajoy es el amo de los tiempos muertos, de los silencios, y dice verdades que en su boca son poco creíbles. Le faltan ganas y cintura, confunde una oportunidad con una desagradable obligación.
En definitiva, en TV pueden más la telegenia, la imagen, las formas, las actitudes, los metalenguajes, los ataques y contraataques, la rapidez de reacción, la capacidad de aplastar al otro…
¿Se imaginan unas elecciones sin debate televisivo? Unas elecciones donde los electores conocieran los planes de los candidatos a través de la prensa, de artículos, entrevistas y otras informaciones, donde lo importante serían los contenidos no las formas, sin insultos ni descalificaciones, donde habría que convencer al votante con ideas y propuestas y, además, argumentarlas.
Donde la palabra quedara escrita en su propia verdad.
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